Asomamos a este Ventanuco con una historia para acariciar las emociones. Lo hacemos con Celsa Lastres, la "maestriña" meañesa que marcó, sin saberlo, a toda una generación que la recuerda aún hoy con cariño. Y, también, aquí, te dejamos un enlace para ver como las "loitadoras" de Meaño, orgullo para todos los corazones verdinegros que amamos el deporte como vehículo formador, luchaban en Lanzarote logrando lo que nadie en esa cancha en todas la temporada: arrancar un punto, en un partidazo gigante de nuestras meaeñesas: Lanzarote Puerto del Carmen - Inelsa Solar Asmubal Meaño
COCIDO DE CORAZÓN
La “maestriña” meañesa Celsa Lastres Radío agasajaba a una comisión de sus ex alumnos de Castrelo, que le habían brindado antes un emotivo homenaje el pasado mes de noviembre en la otrora escuela unitaria de O Castro. A sus 87 años la maestra, que fue santo y seña de toda una generación, agradeció aquel gesto que fuera organizado con tanto mimo, y lo hizo con una comida de confraternidad en su Bandeira de adopción Una comida que, como no podía ser menos, se centraba en el plato emblema del Deza, un cocido en todo su esplendor servido en el restaurante en pleno centro de Bandeira, una cita en la que "la maestriña" meañesa quiso contar también con este Ventanuco. Y allí estuvimos, agradecidos por poder compartir uno de esos momentos que alimenta los corazones y que, en el fondo, pinta la vida de esa felicidad entrañable que cala siempre.
Regalos
para siempre
Compartiendo
mesa y mantel se daban cita una quincena de personas, entre delegación de ex
alumnos y la propia familia de Celsa Lastres. A los postres, sus antiguos
pupilos le hicieron entrega de tres regalos cargados de afecto: de una parte,
un atril de madera de castaño, confeccionado por la mano de Manolo Castro,
carpintero de profesión y antiguo alumno suyo, y en cuyo fondo rezaba el nombre
de los 83 nombres de alumnos y alumnas recabados de la memoria de toda un generación,
y que pasaran por su mano en la unitaria de O Castro. De otra, un cuadro del
mismo artesano, también de castaño, que albergaba una foto de su homenaje el
pasado mes de noviembre en Castrelo, a donde Celsa Lastres fuera llevada de
sorpresa a bordo de un Seat 600, que fuera el coche de toda una vida en sus
manos.
Y el
tercer regalo (en la foto) también para rozar los corazones, tres poemarios entregados in
situ de manos de Ramón Domínguez, otrora su alumno y luego librero quien,
durante casi cuatro décadas, regentó la mítica librería cambadesa Ramón Cabanillas,
establecimiento que echó el cierre a finales del pasado año por jubilación de
su propietario. Las obras, una selección de poemas con Cambados de protagonista
y, los otros, los poemarios “Debullando palabras” y “Sete poemas novos e moitas
frases novas e vellas”, escritos de la mano del propio Ramón Domínguez.
Celsa Lastres, en el centro y de verde, con su familia y sus ex alumnos de Castrelo tras el yantar en Bandeira
Cambió
las vidas
Tras
los regalos y ya de pie, la tertulia informal paseó por la infancia de muchos,
con los recuerdos de escuela con Celsa Lastres, con mensajes de wsp que
entraban de por medio desde Castrelo, y con recuerdo para los ausentes
fallecidos. Ella, menuda y con su sonrisa perenne, escuchaba con devoción a los
que fueran suyos: “Sin su empeño y tesón -le expresaba uno de ellos- no hubiera
sido posible que nuestras familias nos estudiasen, y mucho tuvo que hablar con
ellas para convencerles con que siguiéramos estudiando… Sin su mano y su
insistencia nuestra vida hubiera sido diferente, usted nos la hizo mejor, y
humildemente se lo agradeceremos siempre”.
Tras
ello, turno para el vídeo, en un repaso por la época de toda una generación, la
antigua escuela y el homenaje vivido en noviembre. Emoción y hasta lágrimas que
asomaban en los ojos de algunos. Una Celsa Lastres a la que, a pesar del medio
siglo transcurrido, sus antiguos alumnos siguen fieles en el recuerdo. Natural
de Abuín en la localidad meañesa de Dena, hija de viuda al caer su padre en el
frente de la Guerra Civil, se abrió la vida en los estudios, y empezó
ejerciendo como maestra en 1958.
“Esta 'maestriña' -comentaban-, fue una adelantada a su tiempo, conducía ya
un vehículo cuando era insólito ver a una mujer al volante en los años 60, y
que en clase era un maestra vocacional que dejó huella en toda una generación”.
Lo hacía en unos años en los que la educación escolar pasaba por escuelas
unitarias, de manos con profesores vocacionales, mal pagados -1.300 pesetas o,
lo mismo, 7,8 euros al mes en 1958- y entregados a una ardua misión: enseñar a
más de medio centenar de alumnos en una única aula, donde convivían escolares
de todas edades y en las que la atención individualizaba -hoy tan en boga en el
escaparate- era la única alternativa a aquella amalgama.
Todo aquello que se conseguía con tan parcos recursos era dado por bueno, en unos años en los que, recordaban su alumnos, “el profesor era más respetado socialmente, tanto que no osabas llegar a casa quejándote de un reprimenda, un castigo o un capote el maestro, porque te caía una en casa… mejor no recordar”. Para compensar salarios y recursos, el ministerio del régimen aportaba viviendas a profesores para paliar las carencias, pero construidas con materiales tan deleznables que las hacían tornarse en infraviviendas. Y es que cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor.
Celsa Lastres con sus ex alumnos de Castrelo tras la comida en Bandeira |
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