Hai
renuncias, dimisións, marchas atrás e sainetes.
As palabras agora son cada vez máis etéreas, volátiles como o vento, sen o peso de antes. Principios como
integridade, honradez (ética e económica) e altura de miras polo interese común, quedaron atrás.
Este fin de semana toca vivir o último sainete, máis próximo ao populismo
latino e ao caudillismo de outrora.
Por tal razón consideramos compartir nesta entrada un desos poucos xestos íntegros, cun discurso que dimisión que recomendamos encarecidamente ler pausadamente: é
o de Adolfo Suárez en 1981, o único presidente de España que na memoria de cada
un de nós, vimos, porque desde que temos uso de razón non vivimos unha dimisión
de presidente de goberno de España (nen Galicia). Ou si?
Por
enriba do plano político (simpatías ou acerbos para co personaxe), cabe lelo
desde o plano persoal de cada un. Comprobarás que se axusta a calquera momento
da vida, porque cada un de nós se ten visto (ou verase) nunha encrucillada
vital. E esta mensaxe podes aplicala internamente: verás canta razón, se somos
íntegros.
Discurso
emitido en directo pola TVE en “prime time” (19 de xaneiro de 1981)
“Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se
asume un especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir
dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno.
Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la
confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional,
las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente
del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro
Democrático.
No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en
nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno
debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la
colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él. He llegado al
convencimiento de que hoy, y, en las actuales circunstancias, mi marcha es más
beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.
Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo
la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi
puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible
que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este
momento.
No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un
revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy
porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con
hechos lo que somos y lo que queremos.
Nada más lejos de la realidad que la imagen que se ha
querido dar de mí con la de una persona aferrada al cargo. Todo político ha de
tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco
de unos principios.
Pero un político, que además pretenda servir al Estado,
debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia
y su continuidad, es superior al precio que siempre implica el cambio de la
persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida
política de la nación. Yo creo saberlo, tengo el convencimiento, de que esta es
la situación en la que nos hallamos y, por eso, mi decisión es tan firme como
meditada.
He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco
años de presidente. Ninguna otra persona, a lo largo de los últimos 150 años,
ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España. Mi desgaste
personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de
convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo, por tanto, que ha
merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la
continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que el
sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la
historia de España.
Trato de que mi decisión sea un acto de estricta lealtad.
De lealtad hacia España, cuya vida libre ha de ser el fundamento irrenunciable
para superar una historia repleta de traumas y de frustraciones; de lealtad
hacia la idea de un centro político que se estructure en forma de partido
interclasista, reformista y progresista, y que tiene comprometido su esfuerzo
en una tarea de erradicación de tantas injusticias como todavía perviven en
nuestro país; de lealtad a la Corona, a cuya causa he dedicado todos mis
esfuerzos, por entender que sólo en torno a ella es posible la reconciliación
de los españoles y una patria de todos; y de lealtad, si me lo permiten, hacia
mi propia obra. Pero este profundo sentimiento de lealtad exige hoy también que
se produzcan hechos que, como el que asumo, actúen de revulsivo moral, que
ayude a restablecer la credibilidad en las personas y en las instituciones.
Quizás los modos y maneras que a menudo se utilizan para
juzgar a las personas no sean los más adecuados para una convivencia serena. No
me he quejado en ningún momento de la crítica. Siempre la he aceptado
serenamente. Pero creo que tengo fuerza moral para pedir que, en el futuro, no
se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque
personal porque creo que se perjudica el normal y estable funcionamiento de las
instituciones democráticas. La crítica pública y profunda de los actos de
Gobierno es una necesidad, por no decir una obligación, en un sistema democrático
de Gobierno basado en la opinión pública. Pero el ataque irracionalmente
sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier
solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma
legítima porque, precisamente pueden desorientar a la opinión pública en que se
apoya el propio sistema democrático de convivencia.
Querría transmitirles mi sentimiento de que sigue
habiendo muchas razones para conservar la fe, para mantenerse firmes y confiar
en nosotros, los españoles. Lo digo con el ansia de quien quiere conservar la
fuerza necesaria para fortalecer en todos sus corazones la idea de la unidad de
España, la voluntad de fortalecer las instituciones democráticas y la necesidad
de prestar un mayor respeto a las personas y la legitimidad de los poderes públicos.
Yo por mi parte, les prometo que como diputado y como
militante de mi partido seguiré entregado en cuerpo y alma a la defensa y divulgación
del compromiso ético y del rearme moral que necesita la sociedad española.
Todos podemos servir a este objetivo desde nuestro
trabajo y desde la confianza de que, si todos queremos, nadie podrá apartarnos
de las metas que, como nación libre y desarrollada nos hemos trazado. Se puede
prescindir de una persona en concreto. Pero no podemos prescindir del esfuerzo
que todos juntos hemos de hacer para construir una España de todos y para
todos.
Por eso no me puedo permitir ninguna queja, ni ningún
gesto de amargura. Tenemos que mantenernos en la esperanza, convencidos de que
las circunstancias seguirán siendo difíciles durante algún tiempo, pero con la
seguridad de que si no desfallecemos vamos a seguir adelante.
Algo muy importante tiene que cambiar en nuestras
actitudes y comportamientos. Y yo quiero contribuir, con mi renuncia, a que
este cambio sea realmente posible e inmediato.
Debemos hacer todo lo necesario para que se recobre la
confianza, para que se disipen los descontentos y los desencantos. Y para ello
es preciso convocar al país a un gran esfuerzo. Es necesario que el pueblo
español se agrupe en torno a las ideas básicas, a las instituciones y las
personas promovidas democráticamente a la dirección de los asuntos públicos.
Los principales problemas de España tienen hoy el
tratamiento adecuado para darles solución. En UCD hay hombres capaces de continuar
la labor de Gobierno con eficacia, profesionalidad y sentido del Estado y para
afrontar este cambio con toda normalidad. Les pido que les apoyen y que
renueven en ellos su confianza para que cuenten con el necesario margen de
tiempo para poder culminar la labor emprendida.
Deseo para España, y para todos y cada uno de ustedes y
de sus familias, un futuro de paz y bienestar. Esta ha sido la única justificación
de mi gestión política y va a seguir siendo la razón fundamental de mi vida.
Les doy las gracias por su sacrificio, por su colaboración y por las reiteradas
pruebas de confianza que me han otorgado.
Quise corresponder a ellas con entrega absoluta a mi
trabajo y con dedicación, abnegación y generosidad. Les prometo que donde
quiera que esté me mantendré identificado con sus aspiraciones. Que estaré
siempre a su lado y que trataré, en la medida de mis fuerzas, de mantenerme en
la misma línea y con el mismo espíritu de trabajo.
Muchas gracias a todos y por todo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario