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Manuel Méndez Otero
Clarinetista y subdiretor de la Banda de Meaño en los años 60
Como estamos en la fiestas de San Amaro, a San Amaro vamos para encontrarnos con "Manolo do Correo", como así es conocido. Naciera aquí, en San Amaro, en el año 1935. La Banda de Música fue la pasión de su vida. En su condición de subdirector y primer clarinetista estuvo en el equipo al frente de la nave, cuando la disolución de la banda en el curso 1965-66. Le ocurría como a tantas formaciones, lastradas entonces por el tirón de las orquestas que pescaban a cada paso en la cantera bandística. Una disolución, y el haber sido uno de los olvidados de la generación del adiós, reconoce sus 86 años es elago que marcó de por vida con sabor amargo.
“LA DISOLUCIÓN DE LA BANDA ME DOLIÓ MUCHÍSIMO”
Usted ha sido conocido, y lo es aún hoy, como “Manolo do
Correo”. ¿A qué se debe el apodo?
Esta
casa, que fue la de mis padres, Rogelio Méndez y Laura Otero, era conocida como
“a Casa do Correo”. Mi padre, percibía una tasa de “peatonaje”: partía cada día
a las 16 horas a lomos de su caballo, recogía el correo en Vilalonga. Al
regreso, lo dejaba en la casa del correo de A Chanca en Dena, llega al filo de
las 21 horas, y entonces venían aquí los responsables de las casas de correo de
Lores, Simes y Xil. En todas esas, como aquí en Meaño, el correo no se
repartía, sino eran los vecinos los que
se pasaban cada día para preguntar si había correo… Esto era como la
Gran Vía (risas), de los años 50. El
servicio de correo funcionó así en Meaño hasta los años 70.
Manuel Méndez, en las afueras de su casa en San Amaro
¿Qué significó para usted la Banda de Música de Meaño?
Lo
fue todo, una pasión, me dolió mucho que algunos se marcharan en los 60 para
las orquestas, dande pagaban más. Quería que la banda perviviese a toda costa.
Pero no pudo ser, yo estaba en aquella banda que desapareció.
¿Cómo era aquella formación en vísperas de su disolución?
Éramos
tan solo unos 30 ó 32 músicos. De mi mano, que yo era primer clarinete y
subdirector, llegó el mejor director: José Dorado (1961), brigada clarinete de
banda militar. Ensayábamos en el salón de Otero (que a la par fue salón de
baile), a razón de tres días por semana: un día madera, otro metal, y el
tercero, ensayo general. Los que empezaban y querían estudiar música iban a
clases de pago del profesor meañés Roberto Doce, que impartía en el hoy Pazo de
Lis.
¿Cómo era el José Dorado que tanto le marcó?
Era
recto. Recuerdo bien cuando que era costumbre de la banda echar unas bombas de
palenque cada vez que se regresábamos a Meaño de madrugada. Gerardo, que era
músico, mismo llevaba las bombas dentro del autobús y con la gente fumando
dentro, incluido el propio Gerardo… ¡Imagínate el peligro! El director dijo que
é no subía al autobús si entraban los fuegos, y como Gerardo no accedía a
llevarlos en la baca, tal como pedía el director, José Dora echó a andar y se
iba a pie. Lidié mucho para que convencer a los dos. A partir de entonces los
fuegos viajaron arriba en la baca.
¿Qué anécdotas rescataría de aquella banda con José Dorado?
Muchas.
Él solía retrasarse después de comer, y me encomendaba que fuera yo quien
dirigiera las primeras piezas. Un día estando en Tremoedo, yo puse el pasodoble
“Puenteareas”. Cuando él director regresó me dijo: “le aconsejo que no ponga
estas obras, veo que usted dirige bien, pero el problema es que la banda no le
obedece”.
Tirón de orejas de militar ¿no?
Tenía
mucho ojo, cualquier concierto con otra banda él lo convertía en duelo.
Recuerdo cuando en una parroquia de Salceda de Caselas, tocando con la Banda de
Redondela, el director puso a su segundo para dirigir “Puenteareas”: estuvo a
un tris de tirar la banda por el suelo. Como quiera que luego subíamos
nosotros, José Dorado cambió y me dijo: “ahora sube usted, que es el segundo, y
dirige Puenteareas”. Sabía que Redondela lo había hecho tan mal, que nosotros,
y saliendo también con segundo director, seríamos muy bien valorados por el
público, que así fue. Él solía jugar con estas ventajas.
Supongo que no siempre ganaban los duelos, ¿no?
Algunos
no. Recuerdo cuando tocamos en Beade con la Banda de A Estrada, que era una de
las grandes, dirigida por Rogelio Groba,
más la Banda de Guláns, otra mítica, con su primo Miguel Groba. Las tres
tuvimos que tocar, en un mano a mano, “El sitio de Zaragoza”. Ellos tenían
mejor banda, pero se notó que nosotros tuvimos la mejor trompeta en esa obra.
Amén de en los conciertos: ¿se percibía en los pasacalles la
buena acogida o no de público?
Sí,
enseguida. Los melómanos solían arrancar detrás, siguiendo a la banda
callejeando. Si pasado un tiempo, miraba hacia atrás y te seguía la gente, era
buena señal. Pero si, en cambio, los que te seguían se iban quedando por los
bares para tomarse un vino, era síntoma claro de que la banda no gustaba. Y a
Meaño los melómanos nos seguían.
¿Le dolió mucho aquella disolución de la Banda de Meaño?
Muchísimo.
En las bandas, a poco que destacaba un músico, venía una orquesta y te lo
quitaban. Yo no entendía que la gente se vendiera tan pronto por dinero. Para
mí la banda era más que eso. Recuerdo que hasta me enfadé con algunos, tanto
que no me hablé en la vida. Bueno con alguno sí, hasta ahora de ancianos,
mirando atrás, uno de los compañeros me pidió perdón y volvimos a hablarnos.
Otra de sus facetas en la de lutier de instrumentos ¿no?
Sí,
fue algo que surgió de una necesidad. Yo iba como refuerzo con la Banda de Tui
en San Blas, pero había hecho un canje con un clarinetista, cuando estuve en
Guláns. De aquella me traje un clarinete que tocaba en brillante y Tui tocaba
en normal, esto es, tocar en brillante significaba tocar casi medio tono más
alto, y eso no cuadraba. Entonces logré que un compañero me prestara un
clarinete en normal para sacarme del apuro, pero el instrumento no iba. Como
tenía solo tres días, me puse a arreglarlo y lo dejé perfecto, tanto que,
cuando se lo devolví, él, encantado, me dijo: “me lo has dejado perfecto”. Y
fue a partir de hí que, como tenía tanta maña, empecé a dedicarme. Aun hoy, a
mis 86 años, arreglo todos los instrumentos de madera. Mismo el otro día llevé
a una tienda de música en Vigo un saxofón que me habían encomendado.
Lo suyo fue una vida ligada en la banda meañesa ¿no?
Sí,
pero fue también como fui refuerzo en actuaciones de bandas como Coruxo, Tui,
Guláns… Recuerdo como con la Banda de Coruxo vine a tocar en San Benito de
Lores. Cuando desapareció la banda de Meaño toqué en algunas otras, mismo de
refuerzo, así iba “matando el bichoco” con la música.
¿La calidad de los músicos meañeses de hoy es cuestión de genes?
(Risas)
No lo sé, pero lo que sí sé es que en aquellos años 50 y 60 había mucha calidad
en Meaño. Recuerdo bien que, cuando llegó José Dorado, al cabo de dos ensayos,
nos dijo: “aquí hay mucha gente con cualidades excepcionales para la música”.
Nos animaba a hacer carrera militar por música, mismo su hermano, comandante y
director de banda militar, era presidente de tribunales para designación
músicos, y José Dorado nos auguraba futuro. Pero la gente se achicó, yo ya
había cumplido el servicio militar hacía un tiempo…
¿Aquella banda de Meaño hacía muchas salidas?
En
verano muchas. Tocábamos sobre todo en la zona de Vigo: Lavadores, Cabral… la
zona de Baiona, la romería del Cristo de Xende (A Lama),
Pontecaldelas…
¿Qué temas solían tocar en esos años?
Tocábamos
“Puenteareas”, “A lenda de Montelongo”, “Airiños Aires”, “Caballería Ligera” de
Von Shuppé, “El barberillo de Lavapiés”, “Torre del Oro”, “Poeta Aldeano”, el
“Guillermo Tell” de Rossini, “Las bodas de Luis Alonso”… Mucha de esa música
pervive incólume 70 años después y se sigue tocando hoy en las bandas, síntoma
de la buena música que era.
¿Cómo era el uniforme de aquella banda meañesa?
Traje
azul y gorra de plato, pero bien puesta que bien lo ordenaba el director José
Dorado. Hoy no comparto el que las bandas no lleven gorra, porque, para mí, es
una pieza que da identidad, uniformidad, iguala, lo mismo que los zapatos.
¿Regresó a la banda de Meaño cuando su refundación en los años
80?
Un
tanto. Recuerdo que volví algo a finales de los años 90. Toqué en la banda bajo
la dirección del maestro Francisco García Hurtado y también con Francisco
Javier Morgade, los dos músicos de banda militar… Yo me había afincado en Vigo,
donde acabé trabajando en la Citroën. Cuando me jubilé y sexagenario ya, venía
desde Vigo a ensayar con la banda de Meaño. Era pura pasión, en las bandas
ahora no se gana dinero.
¿Y antes?
Algo
sí, pero poco. El reparto se hacía en el primer ensayo después de a cada
actuación. El único que tenía sueldo era el director. Y en las salidas, cada
uno se pagaba su comida, excepto el director, el subdirector que era yo, y el
conductor de autobús, esos eran los únicos con comida pagada.
¿Usted nunca se planteó entrar en una orquesta?
No,
y eso que tuve la ocasión. Mismo recuerdo cuando en aquellos años, al
disolverse la Banda de Música Militar de Pontevedra, varios músicos se fueron a
Vigo y fraguaron la prestigiosa orquesta “Sintonía”. Yo mismo puede haber
estado en ella, pero mi pasión de verdad eran las bandas.
¿Le sigue cautivando la música bandística de hoy, y mismo de la
BUMM?
Cuando
puedo, como cuando hace unos días estuvo la banda de Meaño en Beade y fue a
verla. Pero si los conciertos se van a las nueve de la noche, ya no, eso es
tarde para mi edad. Además la música de bandas hoy no me tira, es mucha
percusión, mucho timbal, la madera apenas se percibe... Tanto a mí como a
aquella generación con la que sigo hablando, la música de bandas de ahora nos
atrae menos. Aún así trataré de venir a alguna cita cuando el Festival de Bandas.
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