sábado, 18 de julio de 2015

Meañeses polo mundo (IX): uganda
 Basilio Camiña & Myriam Portela

Esta es una historia entrañable de solidaridad y aventura. Digna de ser vivida, o cuando menos leída. La protagonizan dos jóvenes meañeses, Basilio Camiña Ucha y Myriam Portela Varela, que en otoño de 2014 pusieron en marcha su proyecto solidario “Destino Uganda”. Se trataba, por una parte, de recaudar fondos para colaborar con la ONG “Musceee Iganga”, entidad que desarrolla su actividad musical con niños en la ciudad de Iganga, situada al norte de la capital ugandesa de Kampala; y, por otra, de viajar ambos por su cuenta hasta país centroafricano para trabajar un tiempo como formadores musicales en dicha ONG. Gracias a la colaboración ciudadana recaudaron a través de diversas iniciativas 2.600 euros que invirtieron íntegros en la compra de diverso instrumental y material musical de mantenimiento más divulgativo con el que, junto con otra partida donada, viajaron cargados en sus alforjas hasta tierras ugandesas.

MÚSICA MEAÑESA EN EL CORAZÓN DE UGANDA

Basilia Camiña se apresta a iniciar un ensayo al frente de la brass band
Durante tres meses derrocharon ilusión y pusieron su capacidad como formadores musicales -él fue trombón de banda Unión Musical de Meaño, formación de la que ella es aún clarinetista- colaborando con el tuba ugandés John Susi Mpandi, promotor de la ONG, en su proyecto de escuela de música que incluye una formación tipo brass band. Lo hicieron con visado de turistas, por eso su presencia en Uganda no pudo superar los tres meses reglamentarios. Entre la documentación, un papel del cónsul español que acreditaba el fin benéfico de toda la instrumentación (dos trombones, dos trompetas, seis clarinetes, tres flautas traveseras, varias cajas y material de percusión diverso, aceites, boquillas, palas, matrónomos, libros...) condición obligada par no tener problema en la aduana.
“Cuando llegamos allí, con las maletas cargadas de instrumentos, fuimos para ellos como un juguete nuevo” relata Basilio Camiña. “Los niños -continúa-, aunque perezosos en el día a día, se mostraban muy participativos y desbordaban ilusión por aprender”. “Nunca antes había estado alguien allí como voluntario colaborando con ellos -añade Myriam Portela-, por lo que nuestra presencia significó aire fresco y se mostraron muy acogedores”.

Myriam Portela hace indicaciones a sus alumnos de clarinete
Dos días duró el viaje desde Meaño hasta Iganga donde, nada más llegar se encontraron una ciudad con suelo terreños, masificada, y una escuela de música con una brass band  integrada por 40 niños y adolescentes. “La ONG -explica Basilio Camiña- disponía de un local alquilado. En una parte se impartían las clases de música, gratuitas, lo mismo que los instrumentos que eran de la escuela; y otra parte eran habitaciones cedidas por la ONG a ocho chicos, en su mayoría huérfanos, que no tenían techo bajo el que vivir”. “Durante esos tres meses -continúa- vivimos con esos chicos a diario en los locales de la ONG. Por la mañana trabajábamos con ellos en la formación musical, porque los demás iban al colegio, en teoría, porque allí la lluvia o cualquier ocupación en casa era motivo para no ir. Luego por la tarde trabajábamos con todos en la escuela y la brass band”.
“Su método de aprendizaje es puramente memorístico -explica Myriam Portela-, no conocen el solfeo y únicamente aprenden por repetición. En consecuencia, el repertorio es pequeño, con temas muy repetitivos que resulten fáciles de memorizar”. La brass band tocaba en cuanto acto oficial había “lo hacían durante horas, repitiendo una y otra  vez el repertorio. Una actuación de un día completo -añade Basilio Camiña- podía suponerles unos 400.000 shilings ugandeses, lo que al cambio vienen a ser unos 100 euros”.


Basilio Camiña (vestido con la camiseta de la Carreira Popular de Meaño) haciendo indicaciones a la brass band durante un ensayo

Durante esos tres meses los dos voluntarios meañeses iniciaron a los niños en el método de solfeo, crearon un pequeño coro y trabajaron a modo de grupos de cámara. También aportaron instrumentos nuevos a la banda como fueron seis clarinetes que llevaron en maleta, una disciplina en la que se iniciaron varios alumnos. Pese al corto tiempo los frutos afloraron en seguida: “el solfeo lo aprendían rápido -precisa Miriam-, y de hecho en el concierto del último día, amén de cantar el coro, tocaron por primera vez con partituras sobre atriles, tanto piezas de cámara como de banda”. En el repertorio trabajado con los niños ugandeses incluyeron adaptaciones de la novena sinfonía de Beethoven, Amazing Grace y, como no podía ser menos, el tema popular gallego, “A Carolina”, cuyas notas quedarán ahora ya para siempre en este rincón de Uganda gracias a estos dos meñeases y su proyecto solidario. En pago, se traen el cariño de los chavales y unas chanclas Basilio más un bolso Myriam, con los que fueron agasajados por los niños en la despedida.

Tráfico caótico
Myriam Portela con un grupo de alumnos de “Musceee Iganga”
En Iganga la gente malvive a costa de un sector servicios banal, con talleres y pequeñas tiendas. “Es una ciudad masificada -explica Basilio Camiña- pero, pese a la pobreza, es tranquila y segura”. “En la cultura ugandesa -añade- robar está muy mal visto, de otra forma no se entiende que la mayoría de los negocios dejen mercancía en la puerta, quedan fuera bicicletas, motos, y allí no falta nada”. “Los que es caótico -continúa- es el tráfico: ni cinturones de seguridad, ni casco,  tres ó cuatro en moto… no hay ley. Por eso el mayor riesgo son precisamente los accidentes en carreteras que, excepto una nacional asfaltada que atraviesa el país e este a oeste, son todas en tierra”.
De los servicios depauperados que sostienen la maltrecha economía local son buena prueba los bares: “son apéndices de las viviendas familiares -precisa Basilio Camiña-, con una o dos mesas en la que sirven alguna comida ocasional, que es esa poca a mayores que cocinan en casa por si alguien aparece por la puerta a comer y les deja de paso un dinero. Por lo demás no hay costumbre de ir a tomar algo porque no hay dinero”. “Tuvimos suerte -recuerda Myriam-, de dar con un bar que tenía wifi, lentísima y que se venía abajo a menudo, pero que fue importante para mantener el contacto con la familia aquí”.

Basilio Camiña con un grupo de alumnos
También se venía abajo la electricidad con cortes a diario, “pero lo peor era la falta de agua cuando no llovía. No había pozos -explica Myriam-, sólo fuentes que secaban cuando las lluvias se retrasaban. Entonces había que acudir a una fuente pública y hacer colas de dos y tres horas, porque las sufrimos, para llenar una garrafa de 20 litros”.
Otro hándicap fue la dieta. “Allí la comida es arroz con habas a diario -explica Basilio. También se comía el “posho”, una papilla elaborada con harina de maíz, habas y agua, o leche si había, y el “matoke” un tipo plátano que sólo servía para cocinar. La carne o el pescado eran un lujo, y cuando ibas a un bar te ponían una ración ínfima”. Por ello los dos meañeses no perdieron ocasión para deleitar a los chicos de la escuela preparando para ellos en una pequeña cocina de carbón espaguetis, tortilla española o gelatina, que los chavales acogieron con deleite. “Pero comprar allí estos productos de fuera, mismo el aceite -precisa Basilio- resulta muy caro, tanto o más que en España, y sólo los encuentras en tiendas de los indios, concebidas para una poca gente adinerada”. “El resto de la comida local -aclara Myriam-, incluida la fruta, es barata, por cinco euros puedes comer casi un mes entero”.


Banda de música de “Musceee Iganga” duante un desfile

Aprovechando el viaje
Tras dejar Uganda nuestros protagonistas no quisieron regresar sin darse un paseo por África. Fue así que durante dos meses más recorrieron varios países del entorno. Les sorprendió Ruanda, país que definen como “modelo, porque tras matanza de tutsis, se rehízo y es hoy un país nuevo con sanidad pública, con una red de colegios estatales donde es obligatoria la enseñanza primaria, muy limpio, con tráfico ordenado, sin corrupción… no parece un país africano”. Pero también estuvieron en Tanzania “muy turística la zona de Zanzíbar por los safaris”, Kenia “donde la costa está copada por italianos que compraron todo aquello”, y Etiopía “país muy religioso que vive en otro mundo: de hecho su año tiene 13 meses y en según su calendario estaban en septiembre de 2007”

Los meañeses les descubrieron el clarinete como instrumento
Como a tantos que pisaron aquellas tierras el corazón de África les cautivó, tanto que sueñan con volver un día. “Es un continente con anocheceres limpios y maravillosos”, evoca Myriam. “Son colores diferentes -precia Basilio- dominan los naranjas y tostados de la tierra que contrastan mucho con los verdes, todos más intensos”.
Ahora trabajan con vistas a compartir su experiencia con el público a través de una exposición fotográfica que pretenden montar en el Pazo de Lis en Meaño, para lo cual hablan ya con el concello. Sobre futuros proyectos de voluntariado Basilio -que ya estuvo antes en ONGs del Sahara y Brasil- se muestra evasivo ante el oído atento de su madre: “mejor dejar descansar un poco a nuestras familias, porque mi madre se queda con el alma en vilo cada vez que salgo a unos de estos viajes”.


Basilio Camiña dirige un ensayo de la brass band al atardecer

NOTA: Tódalas fotos que ilustran esta reportaxe son xentileza de Basilio & Myriam. 
Podes ver máis pinchando arriba na pestaña Meañoleando


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