sábado, 20 de agosto de 2016

Natural de Castro Dozón, afincada en Prior de Cea (Ourense) y más tarde meañesa de adopción Manuela Fraga Fernández cumplió este pasado martes, 16 de agosto, el siglo de vida. Lo hizo con su mejor sonrisa y un aspecto jovial, impropio de su edad, en una comida que le organizó su familia en el jardín de la casa donde ahora reside con su hijo y nuera en Major (Sanxenxo), la cual congregó a quince de personas y a cuyo término sopló las velas. Recibió incluso la visita en ese momento de la alcaldesa de Meaño, Lourdes Ucha, acompañada la edil de asuntos sociales, Milagros Pérez. Y es que pese a vivir ahora en Major, Manuela Fraga, sigue sintiéndose meañesa. Ella nos cuenta aquí los secretos de su longevidad: haber pasado miseria, no robar, comer sano y nada de estrés ni alcohol.

Manuela Fraga, rodeada de su familia y la alcaldesa de Meaño en el día de su centenario

LOS 100 AÑOS DE MANUELA FRAGA, “A MUIÑEIRA”

Manuela, en el momento de soplar las velas
Manuela Fraga (que nada tiene que ve con el que fuera presidente dela Xunta) nacía en Castro Dozón, provincia de Pontevedra en el límite ya con Ourense, en 1916 en pleno reinado de Alfonso XIII, cuando España libraba la guerra de Marruecos y el turnismo empezaba a dar sus primeros síntomas de agotamiento. Tras contraer nupcias pasó a residir en la parroquia colindante de A Corna, en el municipio de Prior de Cea, dentro ya de la provincia de Ourense. Allí, junto a su marido Rodolfo, picador de minas en Asturias, había adquirido un molino que explotaba moliendo grano de trigo, maíz y centeno para la comarca.
Manuela “A Muiñeira” -que así era conocida por su dedicación al molino- tuvo que sopreponerse desde joven a los reveses de la vida.Tanto que, rodeada de los suyos, reconocía ayer que uno de los secretos para vivir cien años “es la miseria que pasé”. El primero de los reveses fue la muerte de su marido en 1953, cuando ella contaba 37 años, a raíz de un derrumbe en la mina asturiana donde trabajaba que atrapó a varios picadores, entre ellos al propio Rodolfo Reboredo.
Viuda, tuvo que sacar adelante su vida y la de su único hijo de ocho años. “Teníamos un carrillo con un caballo -recuerda su hijo Antonio Reboredo- con el que, puerta a puerta, en un radio de siete kilómetros íbamos recogiendo el grano para moler”. Aquel molino maquiero le permitió salir a flote, con una tarifa que era con 1 kilo de harina de cada 12 “pero no me quedaba con harina de más -advierte Manuela como otros de sus secretos-: si robara seguro que no habría llegado a los 100 años”.

Junto a su hijo, Antonio Reboredo
Su hijo Antonio Reboredo se casó en Meaño en 1966. De su matrimonio con Esther Balboa nació la descendencia que hoy tiene Manuela, de dos nietos y cuatro bisnietos. Desde hace dos décadas nuestra protagonista vivió a caballo entre A Corna y Meaño “siempre sientiendo pena cuando tenía que abandonar el lugar donde acababa de pasar la temporada”, rememora su nieta Mª Esther Reboredo. Precisamente su hijo nos cuenta el tercero de los secretos de la longevidad de su madre: “la falta de estrés, el vivir hasta hace poco en una aldea de 30 personas, sin atarse a horarios, comiendo sano productos de su huerta y siempre maquinando proyectos nuevos”. “Tanto –continúa- que hace un par de años aún proyectaba construir un invernadero en su huerta en A Corna, y hoy habla de convertir del viejo molino en un albergue para peregrinos”, a lo que la homenajeada responde con una amplia sonrisa.
Con 97 años Manuela se desplazaba en autobús hasta Lalín u O Carballiño, que distan unos 16 kilómetros desde A Corna, para realizar allí compras. “Pero no sólo eso -precisa su nieta María Esther que pasaba temporadas con la abuela en Ourense-, una vez allí se pasaba por el banco, se tomaba su café y, si estaba en O Carballiño, no perdonaba la tapa de pulpo”

Brindadno con cava, que no probó, porque nunca ha bebido alcohol
Su día a día es de rutinas pero a su edad aún se vale en buena medida por sí, lo que no es poco. Se levanta temprano, ve la televisión -gusta de los debates políticos- y aún practica algo de ganchillo. “Era mi pasión -recuerda-, tanto que iba ganchillando por el camino, de casa al molino y del molino a casa”, salvando una distancia de casi un kilómetros a la ida y otro tanto a la vuelta.
Por la tarde acude al Centro Social Polivalente de Meaño a donde la trasladan los suyos. “Allí me entretengo -reconoce nuestra protagonista-, la gente me trata con mucho cariño y disfruto sobre todo jugando a las cartas”.
En cuanto a las comidas da cuenta de todo “pero sobre me gusta el pulpo y las patatas guisadas con carne”. Eso sí -y quizá este sea otro de sus secretos- nada de vino: “no pruebo el alcohol -afirma- solo cojo la copa de broma para brindar, pero no bebí nunca”. Y, aunque la memoria sufre ya con la edad, todavía recuerda que “este domingo en A Corna es la fiesta de la Virgen del Destierro”, virgen de la que se confiesa devota de siempre, y cuya figura no falta en su mesilla de noche. Devoción, vistos sus 100 años, bien empleada.
           
           


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