Hace
ahora 50 años se produjo el incidente nuclear de Palomares (Almería), el
accidente más grave registrado en España. En él dos aviones norteamericanos, un
bombardero B-52 y aeronave nodriza que lo abastecía, colisionaron el pleno
vuelo, desintegrándose y cayendo entre el mar y la costa almeriense a la altura
de la playa de Palomares. Las cuatro bombas termonucleares que transportaba el
primero se precipitaron. Dos de ellas rompieron originando una nube radiactiva
que contaminó 226 hectáreas de tierra. Aunque Manuel Fraga y el embajador
norteamericano, con su famoso baño, quisieron trasladar un mensaje de
normalidad, lo cierto es que Palomares sigue siendo 50 años después la
localidad más radiactiva de España y el acceso a una amplia zona continúa hoy
prohibido. A sus 74 años el vecino de Lores, Manuel Besada Sanmartín, marinero
entonces y testigo de excepción de los hechos, rememora 50 años más tarde aquel
accidente. Él mismo recogió con sus manos del mar unos de los paracaídas del
fatídico bombardero.
MANUEL BESADA, EL MEAÑÉS QUE VIVIÓ EN PRIMERA LINEA
EL ACCIDENTE NUCLEAR DE PALOMARES
Manuel Besada nos relata el accidene de Palomares |
Manuel
Besada Sanmartín se hallaba aquel 17 de enero de 1966 en el puente de mando,
llevando el timón del petrolero “Camponegro” de la compañía Campsa, que
trasladaba gasolina refinada desde Canarias hasta el puerto de Almería. “Sería
al filo de las dos de la tarde -recuerda- y estaríamos apenas a unas cinco
millas de la costa, cuando, desde el puente de mando, divisamos dos aviones en
el aire, muy cerca el uno del otro, tanto que captó la atención de los que nos
hallábamos en ese momento en el puente. De pronto se tocaron y se precipitaron
en picado al mar”. “Al momento -continúa- se levantó una gran nube negra, con
partículas centelleantes que ascendían, y arriba, desde cielo, vimos caer
entonces varios paracaídas, algunos vacíos, pero otros con objetos que no
acertamos a precisar si eran tripulantes o las referidas bombas. Al fondo, muy
cerca de la costa, un pesquero, y más allá, en tierra, enseguida pudimos ver
dos focos en llamas”. “En aquel momento -añade- no imaginábamos el alcance de
lo que estaba ocurriendo, ni del hecho del que estábamos siendo testigos desde
la atalaya del puente de mando”.
Paracíadas radiactivo
El petrolero Camponegro con una foto de Manuel Besada en aquel 1966 |
Nuestro
protagonista relata como al instante el capitán del buque recibió la orden de
auxilio. “El capitán ordenó entonces orillar el barco al objeto que nos quedaba
cerca, que era un paracaídas de color naranja. Cuando se completó la maniobra
bajamos una escalera de gato por el costado del barco y alguien dijo: ‘que baje
el rapaz’, y ese era yo que, con 24 años, era el más joven de la treintena de
tripulantes enrolados en el petrolero”. “Y ahí me ves a mí -prosigue- bajando
hasta el nivel del agua. Con la ayuda de un bichero logré acercar el
paracaídas, y comprobé que no había nada ni nadie sujeto a él. Pedí entonces
que me lanzaran un cabo desde cubierta para atarlo con cuidado, que no se
rompiera y poder izarlo.” “Recuerdo -continúa- con al sacarlo del mar y en la
maniobra de izado se precipitó toda el agua del paracaídas por encima de mi
cabeza y me empapó por completo”.
Acto
seguido el Camponegro permaneció casi dos horas parado en el mar, esperando
autorización para entrar en puerto. “Cuando al final pudimos hacerlo -relata
Manuel Besada- vino un grupo de gente a recoger el paracaídas de la cubierta
del barco, se lo llevaron en una furgoneta. No supimos más de él, ni teníamos
constancia en aquel momento de lo de las bombas nucleares. De eso nos enteramos
después algo, por lo poco que entonces se publicó en la prensa, porque el plena
dictadura todo aquello quedó silenciado y minimizado”.
Cartilla de navegación y recuerdos del Camponegro de nuestro protagonista |
Mientras
rememora el accidente Manuel Besada muestra la fotografía que conserva del
“Montenegro” y su cartilla de navegación, que atestigua su presencia en el
petrolero aquel 17 de enero. “Un año después -agrega- me salieron varias calvas
en el pelo a modo de ronchas, no sé si eso tuvo algo que ver con el agua de
aquel paracaídas que me cayó por la cabeza o si fue en realidad fue por otra
cosa”. “Cierto que hoy me refiere gente de allí que la radiación en Palomares
sigue siendo tal que recomiendan no utilizar en las inmediaciones el aire
acondicionado de los vehículos porque mete al interior, que es un habitáculo
muy pequeño, el aire exterior que aún contiene plutonio”. De hecho, mediciones
efectuadas a finales de los 80 constataron que la contaminación residual en la
zona se estimaba entre 2.500 y 3.000 veces superior a la de las pruebas
atómicas.
El accidente
Un bombardero B-52 como el accidentado en Palomares |
El
bombardero B-52 siniestrado transportaba cuatro bombas termonucleares de 1,5
megatones y 800 kilos de peso. Dos quedaron intactas, pero otras dos se
rompieron. El balance, siete muertos -los cuatro pilotos del avión cisterna más
tres de los siete tripulantes del bombardero- y 226 hectáreas de tierra contaminada
como consecuencia de la nube radiactiva que contenía sobre todo plutonio. Sólo
el sistema de seguridad de las bombas impidió la reacción en cadena que origina
una explosión nuclear y cuyas consecuencias hubieran sido dramáticas. “Tiempo
después lo hablábamos en el barco -apunta Manuel Besada-: pudo haber sido una
catástrofe y nos habría cogido en primera línea: nos hubiera borrado del mapa
de un plumazo”.
De
las dos bombas que quedaron intactas, una cayó en el mar. Los norteamericanos
desplegaron un dispositivo de 34 buques y 4 minisubmarinos para dar con ella.
La localizaron a 80 días después a 869 metros de profundidad. “Crucial resultó
el testimonio del pescador del barco que nosotros vimos al fondo aquel día
-apunta Manuel Besada- y que les precisó a los yanquis el lugar exacto donde
había caído, por lo que aquel pescador fue conocido a partir de entonces como
Pepe, el de la bomba”.
Otra instantánea de nuestro protagonista en su casa de Lores |
Consejo de un vasco
“Estuve
nueve años navegando en petroleros -rememora Besada Sanmartín-, primero en el
Campoverde y luego en el Camponegro, donde la mayoría de la tripulación era
gallega: había marineros de Raxó, Sanxenxo, Portonovo, Bueu…” “Eran petroleros
de cabotaje -añade- que portaban entonces unas 36.000 toneladas, y cuya ruta
más habitual era llevar gasolina refinada desde Canarias a la costa de toda la
Península. El viaje más largo que hicimos fue para traer keroseno desde la isla
de Coraçao en Venezuela hasta España”. “Pero era un trabajo muy duro -agrega-
de aquella con sólo 20 días vacaciones al año, por lo que decidí hacer caso al
consejo de un veterano marinero vasco que me dijo: ‘tú, que tienes aún buena
edad, vete de aquí, que yo me jubilé, y cuando volví a casa no me quería ni mi
mujer ni mis hijos, tú aún estas a tiempo”. “Y así lo hice -añade- me vine, con
lo que había ganado me compré un camión y me hice fragueiro”.
Volver a Palomares
Cartilla de navegación de Manuel Besada |
Manuel
Besada asegura que nunca volvió a Palomares “aunque me ilusiona y, de hecho,
pensé varias veces en hacerlo”. A sus 74 años una de sus pasiones es hoy los
viajes del IMSERSO. Precisamente en cuestión de unas semanas disfrutará a
través de este programa de unas vacaciones en Málaga. “Si tengo ocasión
-asegura-, ya que estoy cerca, me gustaría ir a Palomares”. “Por si acaso
-añade-, pienso ir provisto de esta cartilla de navegación y, si puedo, visitar
algún periódico… quien sabe si en su hemeroteca conservan alguna foto del
Montenegro en puerto aquel día con el paracaídas del bombardero”. Y es que 50
años siempre son una buena razón para rememorar la historia.
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