En la memoria colectiva de los vecinos de O Salnés perviven un puñado leyendas de la comarca, unas más reconocibles, y otras de carácter más local, que se han ido legando de forma oral y de generación en generación. San Ero, A Lanzada, la muerte de O Meco en el Siradella, el monte Lobeira o San Cibrán, entre otros, son algunos enclaves protagonistas de este reportaje.
AROUSA, MITO Y LEYENDA
Las leyendas más conocidas en la comarca saliniense son, sin duda, las de San Ero en Armenteira, el Meco de O Grove, y las nueve olas de A Lanzada. La primera refiere la historia de Ero, personaje del siglo XII que, de caballero del rey Alfonso VII -en su deseo de tener descendencia espiritual a falta de de hijos en su matrimonio-, acabó fundando dos monasterios y entregado a la causa religiosa, uno de ellos, el monasterio cisterciense de Armenteira del que se acabó erigiendo en abad.
En
el siglo XIII, Alfonso X de Castilla refiere en su cantiga 103 de Santa María
la leyenda-milagro del ya considerado santo Ero. Según la cantiga, Ero, ya
anciano, reposando a la sombra de un frondoso árbol en un bosque cercano, se
quedó ensimismado escuchando el canto dulce de un mirlo al pie de una fuente.
Refiere leyenda y cantiga que Ero pasó en allí 300 años en trance, cuando
pensaba haber transcurrido sólo un breve período de tiempo. Cuando regresó al
monasterio y preguntó por los monjes, ninguno pudo darle razón y, en aquel
preciso instante Ero, consciente de lo ocurrido, cayó muerto a los pies del
monasterio.
Desde
O Grove, en el otro lado de la comarca arousana, se extendió la leyenda de O
Meco. Escrita hace casi un siglo por Francisco Franco Calvete, se cuenta la
historia del señor feudal de O Grove que hacía uso y abuso del derecho de
pernada. Según la reseña los grovenses, superados por padecer aquel abuso del
señor, acabaron por lincharlo, colgándolo su cuerpo en una higuera del monte
Siradella. Una higuera que, todavía hoy (ver foto anexa) -siempre según la tradición-, la
divisamos aflorando entre la roca de una peña de gran tamaño, con la que podemos
encontrarnos si subimos por la ruta a pie que, desde A Lanzada, da acceso al
alto del monte Siradella.
Cuando
la justicia indagó en aquel linchamiento, el pueblo, a imagen de Fuenteovejuna,
refirió que había sido obra de todos, por lo que acabaron quedando impunes al
no poder personificarse el linchamiento. De ahí el gentilicio de “mecos” que se
ha quedado para referirse a los habitantes de O Grove en recuerdo que la leyenda.
La
leyenda de las nueve olas en la playa de A Lanzada refiere un ritual
relacionado con la fecundidad en que las mujeres estériles -mal vinculado,
según la tradición popular, a poderes maléficos- pueden ser fértiles si se purifican tomando
un baño en esta playa, pasada la medianoche o al amanecer, dejando que el
cuerpo de la mujer sea bañado por nueve olas. Obedece a un ritual que, en el
pasado, estaba muy extendido por la costa gallega concibiendo el mar como
símbolo de purificación.
En
la cultura popular la esterilidad se asociaba a poderes malignos, que era
preciso exorcizar mediante el ritual. El simbolismo representaba al mar como
varón, la arena como hembra, y el movimiento de las olas como momento de la
fecundación. Por esta alegoría la playa adecuada para este ritual de
fecundación debería ser abierta, con forma de concha y oleaje fuerte,
características que reunía precisamente esta de A Lanzada. De ahí que este arenal se fuera trasmitiendo a través de
generaciones como enclave idóneo para este ritual que se realizaba en la noche
de San Juan o en el día de la Virgen A Lanzada (último sábado del mes de
agosto).
Trabe
de ouro
Más leyendas se relacionan con otros enclaves
arousanos. La torre de San Sadurniño en Cambados se asienta en una pequeña isla
que, según la tradición, fue construida por moros a fuerza de verter carros de
tierra sobre de las rocas que existían en ese punto de mar, y que levantaron
primero un puente para llegar a él. Bajo la torre, erigida sobre míticas vigas
y construida con vocación defensiva, se refiere la existencia de un pasadizo
con oro, cuyo acceso está tapiado con una piedra. Un pasadizo y vigas que se
relacionan con la “trabe de ouro” de las leyendas celtas.
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De hecho,
persiguiendo aquella leyenda, en los años 30 del siglo pasado, un puñado de
hombres, liderado por el izquierdista Enrique Abal, a pico y pala cavaron parte
del monte San Cibrán en busca del preciado tesoro, legado a través de las
generaciones. Los ancianos de Cobas rememoran como Enrique Abal pretextó haber
encontrado un alfiler de oro, para motivar a los suyos, en una labor de días
que resultó baldía al no dar con vestigio real alguno de aquella quimera.
Lobeira y fuentes
Otro
enclave nos lleva Monte Lobeira que, en época medieval, y a sus 300 metros de
altura, albergó un castillo en el que, a inicios del siglo XII, se asentó la
reina Doña Urraca. Un castillo que, según el mito, llegó a contar con un túnel
pasadizo secreto que conectaba con el convento de Vista Alegre en Vilagarcía,
por el que la reina podía eludir los asedios.
Esta construcción
derivó en rivalidad entre la reina Urraca y el obispo Gelmírez, episodio en el
que se acabó mezclando historia y leyenda. Y es que la tradición refiere que,
asediado el castillo, Doña Urraca mandó cargar en mulos el tesoro para
trasladarlo a Caldas y, a fin de evitar que la corona de su cabeza cayese en
manos del obispo, la arrojó a una profunda mina. Desde entonces, aquella
preciada pieza de oro y piedras preciosas, permanece oculta en Monte Lobeira.
Se refiere que, hace más de un siglo, Roque, Secudino Castro, vecino del barrio
de vilagarciano de San Roque, empleó buena parte de vida y fortuna en buscar la
corona o tesoro de Doña Urraca y aquel mítico túnel, de los que nunca se supo.
En
Vilagarcía otra leyenda enmarca el barrio de Fontecarmoa, cuyo nombre “carmoa”,
procedente del latín, se traduce como “fuente del sortilegio o del hechizo”. La
creencia atribuye a este manantial, que llega al regato de Santa Marina, el
poder curativo de su agua, la cual erradica las verrugas del cuerpo de la
persona que las padece. El ritual establecía que era preciso lavar cada una de
las verrugas de la piel durante siete días seguidos. Un agua purificadora que
también se atribuye a quien la bebe en la fuente de Quintáns, en Castrelo
(Cambados), ó a quien lava la zona enferma del cuerpo con el agua de la
mina-galería de Paradela de Lores, al amanecer, antes de asomar el sol y
hacerlo de forma ininterrumpida durante siete ó nueve días. Un número de días
con su sentido cabalístico: el 7 es número mágico que simboliza un ciclo de
finalización y renovación; o el 9, que representa también fin de ciclo,
plenitud y preparación por otro nuevo.
La ciudad sumergida
Añadido, en
O Grove, alguna tradición evoca el misterio de la ciudad sumergida de Lambrica,
cuyas campanas tañen, en ocasiones, para acompañar a los marineros. U otra que
refiere que la isla de A Toxa se formó en torno a un fósil de ballena que se
posó en ese preciso enclave. Mientras, en el monte Penaguda, que separa Meaño y
Dena, se levanta la “mesa dos ladróns”, una roca plana, rodeada de otras
piedras, donde los piratas que perpetraron el robo del monasterio de
Armenteira, se detuvieron, para repartir ahí el botín y colocar al revés las
herraduras de sus mulos y caballos, cargados con el botín, para despistar a los perseguidores. Leyendas y
tradiciones que, a buen seguro, entre otras, se agarran a la memoria colectiva.
Desde aquí, este humilde legado escrito para
contribuir a fijarlo en el tiempo.
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