Bagatela nº 2
¿Quién ha dicho que
estoy loco?
Mi pluma camina sobre
el folio con serenidad, en silencio, a pesar del cansancio que siento en mi
mano. Mi mente todavía se esfuerza en entender, en discurrir cada oración, cada
palabra, a pesar de esta calma infinita que mina mis nervios. Mis ojos, ojerosos,
se abren a la nada para adivinar el espejismo de tu cuerpo en la oscuridad del
cuarto. Mi boca sonríe, con una sonrisa agria, pero sonríe. Mi sangre corre por
mis arterias al compás de los latidos de mi corazón y llega a acariciar los
desvanes más oscuros de mi cerebro.
¿Quién ha dicho que
estoy enfermo?
Si tiemblan mis manos,
es por el frío de tu recuerdo que emerge de mi estéril fantasía. Si lloran mis
ojos es porque no soy capaz de desesperarme en el mucho tiempo de que dispongo
para hacerlo. Si mis labios no pronuncian palabra es porque durante muchos años
se han acostumbrado a conversar con el silencio. Si mi cuerpo se estremece en
la noche, es porque ha rozado el vientre desnudo de la soledad. Si mis piernas
no caminan, es porque ya no tienen dónde buscarte. Si mi corazón late deprisa
es por romper la aburrida monotonía de los segundos.
He tirado tus cartas,
todas tus cartas por el suelo para verlas esparcidas. He parado el reloj para
que su tic-tac estruendoso no profane el silencio de la habitación. He apagado
el flexo para que su luz no ciegue los ojos de la soledad. He abierto la
ventana, a pesar de la tormenta y he dejado que las gotas de lluvia salpicaran
mi rostro para evocar el sabor de dulce de las lágrimas. He borrado los dos
últimos versos de aquel poema que tanto te llegó a gustar.
Mientras, cada segundo
pasa inexorablemente y con la rapidez del segundo. La hiedra trepa por la pared
hasta alcanzar tu ventana. Las heridas se cierran. Los valores se pierden. El
miedo se mete en el cuerpo. La sangre se hiela. Los miembros se entumecen. La
muerte ronda los arrabales. La mente se enfrenta sola a un espacio vacío,
desconocido. Los hombres lloran… Y yo, perdido en medio del tiempo, en medio de
la nada, en medio de cada parte, voy de orillas en orilla, como una piedra
rodando entre los rápidos de un río.
Hoy siento que detrás
de ti, detrás de ti no hay nada, amor. Soy sólo un error… Quien me espera es la
marea del tiempo de largo dominio. Anclaré mi alma flameante y me quedaré agazapado
velando para poder darte la mano cuando a ti te toque cruzar.
Santiago de Compostela, 1988
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