domingo, 17 de agosto de 2025

Bagatela nº 2


¿Quién ha dicho que estoy loco?
Mi pluma camina sobre el folio con serenidad, en silencio, a pesar del cansancio que siento en mi mano. Mi mente todavía se esfuerza en entender, en discurrir cada oración, cada palabra, a pesar de esta calma infinita que mina mis nervios. Mis ojos, ojerosos, se abren a la nada para adivinar el espejismo de tu cuerpo en la oscuridad del cuarto. Mi boca sonríe, con una sonrisa agria, pero sonríe. Mi sangre corre por mis arterias al compás de los latidos de mi corazón y llega a acariciar los desvanes más oscuros de mi cerebro.
 
¿Quién ha dicho que estoy enfermo?
Si tiemblan mis manos, es por el frío de tu recuerdo que emerge de mi estéril fantasía. Si lloran mis ojos es porque no soy capaz de desesperarme en el mucho tiempo de que dispongo para hacerlo. Si mis labios no pronuncian palabra es porque durante muchos años se han acostumbrado a conversar con el silencio. Si mi cuerpo se estremece en la noche, es porque ha rozado el vientre desnudo de la soledad. Si mis piernas no caminan, es porque ya no tienen dónde buscarte. Si mi corazón late deprisa es por romper la aburrida monotonía de los segundos.
 
He tirado tus cartas, todas tus cartas por el suelo para verlas esparcidas. He parado el reloj para que su tic-tac estruendoso no profane el silencio de la habitación. He apagado el flexo para que su luz no ciegue los ojos de la soledad. He abierto la ventana, a pesar de la tormenta y he dejado que las gotas de lluvia salpicaran mi rostro para evocar el sabor de dulce de las lágrimas. He borrado los dos últimos versos de aquel poema que tanto te llegó a gustar.
 
Mientras, cada segundo pasa inexorablemente y con la rapidez del segundo. La hiedra trepa por la pared hasta alcanzar tu ventana. Las heridas se cierran. Los valores se pierden. El miedo se mete en el cuerpo. La sangre se hiela. Los miembros se entumecen. La muerte ronda los arrabales. La mente se enfrenta sola a un espacio vacío, desconocido. Los hombres lloran… Y yo, perdido en medio del tiempo, en medio de la nada, en medio de cada parte, voy de orillas en orilla, como una piedra rodando entre los rápidos de un río. 
 
Hoy siento que detrás de ti, detrás de ti no hay nada, amor. Soy sólo un error… Quien me espera es la marea del tiempo de largo dominio. Anclaré mi alma flameante y me quedaré agazapado velando para poder darte la mano cuando a ti te toque cruzar.


Santiago de Compostela, 1988



 

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