domingo, 15 de julio de 2018


Dos hermanas frágiles con edades de 12 y 11 años, que habían crecido juntas con sus particulares fobias de infancia, acaban de separarse miles de kilómetros, con el Atlántico por medio para siempre. Se trata de las dos monumentales meninas concebidas por el escultor meañés Francisco Pazos (premio Asorey, 2017) en los años 2006 y 2007, en su permanente búsqueda de experimentar con las texturas de diversos materiales y que le llevó entonces a volver de nuevo a un material frágil como es el ladrillo. Y una de estas meninas acaba de ser adquirida por un coleccionista de Miami que la expone ya en su mansión.

DOS HERMANAS SEPARADAS POR EL ATLÁNTICO
           
Francisco Pazos con su menina más joven en el Pazo de Torrado. Foto: Iñaki Abella
“No era la primera vez que trabajaba el ladrillo -apunta Pazos-, pero sí ansiaba concebir en este material una figura de mucho volumen y ahí surgió como pretexto la menina que, por su amplia falda, me parecía adecuada”. Las dos fueron creadas con un año de diferencia, en ladrillo y pintadas con colores blanquecinos. “El blanco es el color de la pureza -apunta-, pero además era un color que propiciaba un contraste con el ocre del ladrillo que yo dejaba al natural en partes de la figura, y que me gustaba”.
Sus dimensiones son similares, 1,85 de alto por 1,40 de ancho, si bien la mayor, concebida en un mes de trabajo en 2006, presenta una falda que se asemeja más a una forma cilíndrica, mientras que en la más joven -la esculpida en 2007- la prenda se asemeja más a un óvalo. Las dos crecieron juntas, recluidas en su Cobas natal. Viajar no ha sido lo suyo: altas, frágiles, demasiado ampulosas, acabaron desarrollando una hodofobia atroz, y optaron por sentirse protegidas en la casa- taller de su creador. Sólo la más joven se soltó en dos ocasiones para viajar, la primera a Vigo con motivo de una exposición de la entonces Caixanova, y la segunda en 2107 para la muestra del escultor en el Pazo de Torrado (Cambados). La mayor, ni eso.

La menina mayor, vendida en Miami
Pero la pre-adolescencia siempre rompe moldes. Y fue así que esa menina mayor, que no había conocido apenas la luz del sol, se soltó de la noche a la mañana para viajar y, sin traumas, cruzar el charco para instalarse en Miami. La razón, el empeño de un coleccionista norteamericano de contar con la pieza del genial escultor meañés en su mansión, y así la adquirió a través de la galería Isadora en A Coruña.
Cierto que la hodofobia de la menina no hizo fácil el traslado. Y es que la complejidad de la obra, concebida en piezas para facilitar el porte a exposiciones, hizo preciso un meticuloso que un restaurador de la galería trabajase mano a mano con el escultor. “Fue necesario grabar dos vídeos -explica Francisco Pazos-, primero uno desmontando las 20 piezas que se engranan en la obra, enumerar cada una por el interior, y luego grabar un segundo vídeo montando cada pieza hasta lograr el engranaje completo de la obra. Así, de esta forma, pudieron montar luego la obra en la mansión de Miami”.
A partir de ahí se hizo preciso un cuidadoso embalaje de con cada una de las 20 piezas que fueron dispuesta en sendas cajas independientes y pertinentemente numeradas. “Ha sido un trabajo complejo, concienzudo y de mucha paciencia -reconoce Pazos-, máxime teniendo en cuenta la fragilidad del ladrillo”. 

Otra imagen de la manumental menina de Pazos
La menina mayor luce ya expuesta en la mansión del coleccionista, presidiendo una sala donde mira hacia el interior de la estancia, dejando a su espalda una gran cristalera tras la que se divisa un jardín con piscina. Lejos de ella, y a miles de kilómetros, permanece ahora en soledad la menina más joven, que se ha quedado Cobas, ocupando el centro de la sala del ático de la casa del escultor, en espera también de una casa de adopción. No es fácil por cuanto, a su miedo a  viajar, las dos meninas habían desarrollado también su particular agorafobia: “dada su fragilidad -explica Francisco Pazos- no es un pieza concebida para exteriores porque el viento y la lluvia pueden causar estragos en ella: tirarla o mismo que desarrolle musgo que iría rompiendo el ladrillo”. “En cierta ocasión -agrega- un decorador me aportó como solución meterla en una urna acristalada que la protegiera de la intemperie, pero aún así yo pienso que se criaría mejor en el interior, si bien dadas sus dimensiones, precisa de una estancia amplia, y no es fácil dar con un lugar así”.


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