MIRADOR
SAN CIBRÁN:
Curceiro de Francisco Pazos que corona San Cibrán |
A
caballo entre los concellos de Meaño, Meis y Ribadumia el monte de San Cibrán,
cuya atalaya elevada 209 metros sobre el nivel del mar se asienta en Cobas
(Meaño), ofrece a modo de balconada una de las vistas panorámicas más bellas de
la costa de Arousa. En él se celebra cada segundo fin de semana del mes de
junio la festividad del santo Cibrán (Cipriano). Pero este monte es más que un
mirador sobre la ría. En él se dan la mano la historia, el mito y la leyenda.
El castro
Se sospecha que el monte de San Cibrán, coronado hoy por el emblemático cruceiro de Francisco Pazos, alberga en el subsuelo los vestigios de un antiguo castro celta. Benito Orge, profesor durante 34 años del CEIP Coirón-Dena, tiene la certeza del mismo: “Recuerdo que a inicios de los 90 hice una salida con mis alumnos de sexto a San Cibrán. Íbamos equipados con pequeñas azadas y en la cumbre mismo, en la zona donde hoy se encuentra el cruceiro, cavamos y estuvimos toda una mañana trabajando sobre el terreno”. “Al cabo de un tiempo -continúa-, debajo de la capa de vegetación que cubría el suelo, empezó a asomar el contorno en piedra de la planta circular de las viviendas”. “En total -precisa- descubrimos el perímetro de tres casas, tomamos notas de campo, e incluso realizamos unas fotos, pero con el tiempo las acabé extraviando”. Reconoce que proyectó regresar con los alumnos en una segunda ocasión “pero luego, por unas cosas y otras no volvimos”.
Se sospecha que el monte de San Cibrán, coronado hoy por el emblemático cruceiro de Francisco Pazos, alberga en el subsuelo los vestigios de un antiguo castro celta. Benito Orge, profesor durante 34 años del CEIP Coirón-Dena, tiene la certeza del mismo: “Recuerdo que a inicios de los 90 hice una salida con mis alumnos de sexto a San Cibrán. Íbamos equipados con pequeñas azadas y en la cumbre mismo, en la zona donde hoy se encuentra el cruceiro, cavamos y estuvimos toda una mañana trabajando sobre el terreno”. “Al cabo de un tiempo -continúa-, debajo de la capa de vegetación que cubría el suelo, empezó a asomar el contorno en piedra de la planta circular de las viviendas”. “En total -precisa- descubrimos el perímetro de tres casas, tomamos notas de campo, e incluso realizamos unas fotos, pero con el tiempo las acabé extraviando”. Reconoce que proyectó regresar con los alumnos en una segunda ocasión “pero luego, por unas cosas y otras no volvimos”.
El monte albergaba un castro con dos muros defensivos |
Eso
sí, a raíz del hallazgo que parecía evidenciar la presencia del castro, el
profesor -a la postre también director del centro- habló de ello con el alcalde
de Meaño Jorge Domínguez, quien por entonces estaba es su primer mandato, sobre
la posibilidad de promover una excavación reglada en el monte “pero Jorge me
dio para atrás -recuerda- argumentando que había muchos lugares así y
Patrimonio prefería que quedaran enterrados y no se supiera mucho de ellos”.
Hoy
ya jubilado Benito Orge lamenta que “actuaciones posteriores en el monte, con
la construcción de un área recreativa incluida, hayan alterado mucho su
fisonomía original”.
Monte Lobeira al fondo, visto desde de San Cibrán |
La leyenda
El
monte de San Cibrán tiene en su haber su leyenda conectada precisamente el
mundo de los castros. Se trata del mito de la “trabe de ouro”, viga subterránea
de oro que unía castros o lugares emblemáticos, fabulación mítica que aludía a
fastuosos tesoros escondidos. El escultor, Francisco Pazos, conserva un archivo
sonoro de los años 80, en el que ancianos de Cobas nos ponen sobre la pista en
lo que a San Cibrán toca. A sus 85 años Nicanor Riveiro también da fe de ello
con un dicho escuchado a sus antepasados: “desde Monte Lobeira a San Cibrán,
pasando polos Aforcados (monte de) hai unha cadea de ouro que vale sete reinados”,
refiere. El dicho mentaba una supuesta cadena de oro oculta bajo tierra,
versión en la zona del mito de la “trabe” o “viga” de oro de los castros en el
noroeste peninsular.
Otros
testimonios recuerdan como, bajo el pretexto de buscar la codiciada cadena, en
los años 30 un vecino del barrio de a Igrexa, de nombre Enrique Abal, conocido
en la localidad por su militancia izquierdista –acabó huyendo a América para
salvar su vida al inicio de la Guerra Civil-, convenció a varios convecinos
para subir a cavar en el monte San Cibrán en busca del fastuoso tesoro.
Provistos de pico y pala cavaron el monte durante toda una jornada, mas sin
encontrar vestigio alguno de la mítica cadena. Se apunta que en un momento
alguien dio con “un alfiler de oro”, hallazgo que, de haber ocurrido en la
realidad, los vecinos apuntaban a una artimaña del promotor para animar a los
demás a seguir cavando en días sucesivos, pero estos desistieron. Aquella
excavación fue practicada hacia al suroeste, a la derecha de las escaleras que
hoy dan acceso a la cumbre, lugar que precisa Nicanor Riveiro, quien evoca un
recuerdo de infancia: “tenía yo siete u ocho años y andaba en San Cibrán con
las vacas junto a otro, y recuerdo que existía allí una zona a medio cavar, con
piedras removidas. Los mayores que sabían más del asunto referían que en ese
punto estuvieran buscando algunos vecinos hacía años la preciada cadena de
oro”.
Participantes
en la empresa pretextaron luego haber acudido engañados, sospechando que, lo
que en realidad pretendía su promotor era, cavar “algún tipo de refugio para
utilizar en caso de guerra, o una base que sirviera para instalar algún tipo de
cañón en previsión de un conflicto bélico” (archivo sonoro de Francisco Pazos).
Entorno de la antigua "fonte do ermitaño" el Fofán |
La capilla y el ermitaño
Primer plano actual de la "fonte do ermitaño" |
Tras
su abandono los castros se convirtieron en espacios periféricos en el nuevo
paisaje rural de las aldeas, lugares que albergaban restos materiales de un
pasado pagano donde moraban en ocasiones seres imaginarios. Los moros, como
personificación del mal, ocuparon muchas veces ese hueco. Precisamente también
en San Cibrán la leyenda refiere que “en un pasado estuvo habitado por moros
que fueron expulsados por Santiago Apóstol montado en su caballo blanco”,
testimonio transmitido a través de generaciones y que Maruja Abal a sus 73 años
refiere haber escuchado siendo joven a los viejos de Cobas.
Espacios
así no pasaron inadvertidos a la Iglesia que acabó promoviendo la
cristianización de muchos castros. Por ello, ya desde edad temprana y a lo
largo de diferentes momentos históricos, se impulsó la construcción de capillas
en sus cumbres que pasaron a acoger romerías, procesiones y ceremonias de
carácter religioso sobre estos asentamientos protohistóricos en lo que era una
forma de apropiación simbólica cristiana de estos poblados.
Una imagen del santo esculpida en el monte mirador |
Imagen del santo Cibrán en la iglesia de Cobas |
San
Cibrán tampoco fue ajeno a este último proceso. Testimonios, legados por
segunda o tercera generación, hablan de la existencia de una pequeña ermita en
el monte, la cual estaría situada en la ladera norte -frente al hoy acceso
único que sube a la cumbre del montículo-, y en la que se rendía culto al santo
Cibrán. Durante un tiempo la capilla habría estado al cuidado de un ermitaño
que vivía en este monte y que tomaba agua de una fuente cercana de Fofán, que
conserva todavía hoy por ellos el nombre de “fonte do ermitaño”.
Entorno actual del lugar donde estaría ubicada la antigua capilla |
Más
tarde la ermita fue objeto de litigio ente los vecinos de Cobas y los frailes
de Armenteira porque, pese a sus reducidas dimensiones, estaba construida en
suelo de ambas localidades -concellos de Meis y Meaño-. Maruja Abal, rememora
el recuerdo legado por su abuelo José Abal, nacido en 1876: “la puerta estaba
en Cobas -afirma- y ello resultó decisivo para que Cobas ganara aquel litigio”.
Y en una de aquellas romerías los vecinos, temiendo por el santo, lo sacaron en
procesión por la puerta -otra versión afirma que por una ventana lateral- y
desviaron la comitiva para bajar el santo Cibrán a la iglesia parroquial de
donde nunca más subió a la ermita. El culto en ella languideció y ésta acabó en
ruinas. “Yo sólo recuerdo haber visto con 12 años el hueco de lo que un día fue
la capilla en el suelo, y cuatro pequeña piedras, no más”, confiesa Maruja
Abal. Por su parte, el vecino de Cobas, José ángel Pombo reconoce tener en su propiedad un documento que que acredita la existencia de aquella ermita mismo en el año 1676.
Los vecinos construyeron un área recreativa en la zona |
La recuperación de la fiesta
En
la posguerra los vecinos de Cobas recuperaron la fiesta en el alto, aún sin
ermita -Nicanor Riveiro, otrora trompetista de la banda de Meaño, tocaba allí
en a finales de 40-. Unas veces en manos de vecinos de Cobas, otras en los de
Fofán, la fiesta, no siempre de forma continuada, fue perviviendo hasta la
actualidad.
Vinculada
a ella unos y otros fueron acometiendo actuaciones en el promontorio con el
objeto de mejorar el alto , a costa en ocasiones de destruir vestigios del
pasado histórico que podían conectar con el presunto castro. Así, en los años
60 vecinos de Fofán practicaron la actual explanada en la atalaya, y en los 80
los de Cobas, promovieron un área recreativa que conllevó, entre otras
actuaciones, la construcción de un muro de contención para sostener la parte
alta que amenazaba con derruirse, si bien ello supuso la desaparición del muro
original que pudiera haber respondido al recinto de cierre de las viviendas del
castro. Otros testimonios refieren como una simbólica piedra ubicada en el alto
-¿un menhir?- fue seccionado para ser útil para el ritual religioso. Incluso se
barajó la construcción de nueva capilla en el alto del monte, proyecto que no
cristalizó.
En
su lugar, a inicios de los 90, se coronó con un monumental cruceiro concebido
por el escultor de Cobas, Francisco Pazos. La aparente conexión de la pieza con
modelos que evocan un pasado neolítico es mera coincidencia según su creador:
“llevaba un tiempo haciendo piezas así, y no me planteé nada más, sólo colocar
peldaños en el varal para poder ascender por ellos”. Y hoy, agazapado bajo esa
cruz, el pasado aún aguarda.
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